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Otra forma de mirar el dolor

Otra forma de mirar el dolor

El objetivo de este post no es minimizar el impacto del dolor en la vida de ninguna persona, ni infravalorar la importancia de ciertas patologías que conllevan dolor. Es todo lo contrario, llamar la atención sobre ese otro tipo de dolor sin nombre, donde nada mejora y donde ningún profesional da respuesta diagnóstica.

Dentro de nuestras consultas más frecuentes está el dolor, como protagonista central y más importante aún, el dolor crónico, constante e incapacitante.

Si bien es cierto que en muchos de esos casos lo podemos mejorar o apaciguar con el control de la enfermedad de base (artritis reumatoide, espondilitis, fractura vertebral, artrosis, entre otros), hay un porcentaje de pacientes que desafortunadamente no van a llegar al control completo de ese molesto síntoma. con y sin enfermedad achacable.

Pero en especial, hay un tipo de dolor al que hoy nos queremos referir y es el dolor sin causa física aparente, ese que no llegamos a englobar en ninguna categoría médica, ese que, aunque queramos reevaluar a los pacientes en varias ocasiones y por varios médicos, no podemos llegar a un diagnóstico, quedando como dolor en el aparato locomotor con sus diferentes términos técnicos (artralgias, mialgias, lumbalgia, Cervicalgia… inespecíficas, mecánicas o funcionales). Y donde el control del mismo puede llegar a ser una cruzada sin precedentes entre diferentes profesionales y el paciente, sin llegar a conseguir el objetivo… el control del dolor.

Es entonces cuando nos preguntamos si ese dolor no será el reflejo de algo más profundo, de un sentimiento de decepción o rechazo no reconocidos. No es esa decepción amorosa romántica de un momento, sino esa circunstancia personal de rechazo propia o social, donde el protagonista de toda esta historia, la mayoría de las veces no es consciente. Cada día vemos más videos, información en redes y en diferentes medios al respecto, donde nos dicen que la falta de amor propio, nos lleva a sentirnos menos válidos, tensos, entristecidos y poco reconocidos… y eso repetido año tras año mina cualquier organismo.

Estudios en neuroimagen han revelado que tanto el dolor físico, como el dolor emocional se alojan en el mismo sitio en el cerebro, ese súper ordenador híper especializado que tenemos todos y que esta indefectiblemente unido físicamente a nuestro cuerpo y donde se procesan todas las emociones, buenas y malas, actuales y pasadas… y quien se comunica permanentemente con cada célula de nuestro amado cuerpo.

Es ahí donde empieza el problema

Si permanentemente enviamos mensajes de desprecio, de incapacidad, si continuamente nos alimentamos mal, o no nos cuidamos físicamente, no hacemos actividad física o, incluso, aceptamos el desprecio de otros, nuestro cuerpo no podrá hacer frente a todo y mantenerse saludable, vital y relajado siempre.

De hecho, lo más probable es que se mantenga tenso, siempre “contracturado”, poco flexible y con las consiguientes lesiones “inexplicables” a diversos niveles, complicando el desarrollo de la vida diaria.

Cuando un paciente consulta con un cuadro de dolor permanente, episodios que, aunque puedan ser pequeños son constantes, contracturas que no mejoran de forma definitiva y sin un diagnóstico médico que sea satisfactorio (con estudios analíticos normales, de imágenes múltiples sin hallazgos relevantes y clínica no compatible con ninguna patología establecida en la actualidad), quizás sea el momento de plantearse sus conversaciones internas, los motivos de esa tensión constante y valorar cómo se puede trabajar en su causa y no solo intentando acallar el síntoma, que es lo que seguramente se estaba haciendo todo el tiempo.

Conversación pendiente

Ahondar en esas conversaciones mentales, no suele ser trabajo fácil, pero sí absolutamente necesario.

Tiene que intentar reflexionar sobre los desencadenantes o el momento inicial de los síntomas por todos los medios a su alcance, ya sean profesionales como de trabajo personal.

No hablamos de magia, ni de cuestiones poco científicas, ni de ciencia ficción; para nadie es un secreto que cuando pensamos en una persona muy especial y amada nuestro cuerpo se relaja, cambia la cara, la mirada y hasta el ritmo de nuestra respiración y corazón. Y cuando es lo contrario, hasta nuestras mandíbulas se tensan.

Pensar en positivo

Afinar en esos pensamientos y ser constante es el inicio de un camino adecuado pero tortuoso, encontrar a profesionales aptos que lo guíen y que le ayuden a llevarlo a desbloquear y cambiar esa conversación es muy importante; quizás sea el único camino para mejorar el dolor que lo ha llevado a un “viacrucis” de consultas médicas diversas, decenas de pruebas, unas más cruentas que otras y todo sin encontrar respuesta… porque los pensamientos no se miden con las analíticas convencionales, ni se ven en una ecografía, resonancia o TAC. Y tampoco se acalla con analgésicos, anti inflamatorios, psicofármacos ni similares.

Se mejora si se mira de frente la situación, suele decirse que aceptar que “algo pasa” es el primer paso, al menos tiene más probabilidad de mejorar que continuar por ese camino ya tan andado y al final, por poco que consiga en esa vía llegará a sentirse mejor en todos los aspectos de la vida.

 

 

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